Eduardo Rothe
“Este país se lo llevó quien lo trajo”… ”Vamos de mal en peor”… ”Me iría demasiado”. Corrupción, escasez por interrupción de la cadena de suministros, inflación, emisión de moneda inorgánica, aumento de pobreza y desigualdad, gente durmiendo en la calle y buscando comida en la basura, escalada de crímenes y violencia política, conflictos raciales, deterioro de la infraestructura, crisis en salud, educación y cultura, desastres ecológicos, tendencias separatistas, sistema electoral primitivo y sospechoso… Un país que produce muy poco e importa casi todo, con la mayoría de los grandes capitales dedicados a la especulación… Un país al borde de la guerra civil.
No, no es Venezuela: son los Estados Unidos de América, el mayor consumidor de drogas en el planeta, donde en el pasado mes de agosto 4 millones de personas renunciaron a sus empleos porque con lo que ganaban no cubría sus necesidades. Donde brotan como hongos ciudades abandonadas por la industria. Donde turbas enardecidas asaltan el Congreso. Donde el “sueño americano” se ha vuelto pesadilla.
Y es el país que pregona su modelo de democracia y la impone por la fuerza, con el mayor presupuesto militar en la historia (equivalente a la suma de los presupuestos militares de los 7 países que le siguen) y unas 700 bases regadas por el mundo. Y esta inmensa nación, llena de maravillas naturales, con un pueblo laborioso y creativo, se está arruinado por su pretensión de ser el último imperio y por imponerse e imponer al resto del planeta una economía neoliberal cuya mayor producción son desgracias.
Las razones de la caída de EEUU son parecidas a las de la caída de la Unión Soviética el 31 de diciembre de 1991, con inflación y guerra de Afganistán incluidas. Pero ahora Rusia, recuperada del desastre, se crece mientras EEUU se hunde cada vez más en las contradicciones.
Los senadores y diputados del Congreso estadounidense no representan tanto a sus electores como a los intereses de las grandes transnacionales que pagan sus campañas. Y es este país, en la mayor crisis económica, social y política de su historia, el que pretende dar lecciones de democracia al resto del planeta, derrocando gobiernos, bloqueando países, asesinando o secuestrando presidentes, periodistas y diplomáticos, negándose a reconocer que los tiempos han cambiado, no viendo que el daño relativo que le hace a otros no es tan grave como el daño absoluto que se hace a sí mismo.
Y ni siquiera el poderío militar le sirve a largo plazo, porque una cosa es derrotar un país y otra, más compleja, ocuparlo. Lo que le pasó a EEUU en Irak y Afganistán fue la repetición, en grande, de las zonas y colinas de Vietnam que sus tropas conquistaron a sangre y fuego y después tuvieron que abandonar al enemigo.
Asistimos a la caída de un imperio, con problemas que no puede superar; y lo que no se supera se descompone, y lo que se descompone incita a la superación. La caída del último imperio no será obra de sus enemigos, sino de las fuerzas sociales y políticas que se fermentan en su interior. En otras palabras, de la revolución. Ya lo dijo García Lorca: “que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, que ya vendrán lianas después de los fusiles, y muy pronto, muy pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street!”.