Por Ignacio Laya*
El Dr. Jacinto Convit inició su exitosa carrera sanitarista en el Leprosorio de Cabo Blanco, una vieja casona que desapareció para dar paso a la ampliación del Aeropuerto Internacional «Simón Bolívar» de Maiquetía donde dictó cátedra de sensibilidad y respeto a los derechos humanos de los enfermos aquejados del Mal de Hansen a quienes llevaban encadenados como si se tratara de prisioneros de guerra.
Liberar de esas miserables cadenas a los leprosos fue la primera gran lección de Jacinto Convit, conducta que fue imitada por todos los leprosorios de América Latina porque rompió el mito del contagio y valoró la ética médica.
También en Cabo Blanco comenzó esa larga investigación para dar con la vacuna curativa y preventiva de la Lepra uno de los descubrimientos más extraordinarios de la medicina sanitarista y que le dio premios y distinciones de las academias y la ciencia médica mundial.
Inexplicablemente en Vargas no le hemos rendido el homenaje que merece y ni una calle, autopista, dispensario, Barrio Adentro lleva su nombre en esta tierra que ha debido designarlo como uno de sus hijos más ilustres.
Tuve la honra de conocerlo en el Hospital Martín Vegas de Catia la Mar hace más de 25 años, cuando me desempeñé como presidente del Núcleo de Amigos de los Enfermos de Hansen, y más me llena de orgullo el que haya dejado casi lista una auto vacuna contra el cáncer de mama para que sea más grande su dimensión universal.
Ojalá que llegue muy pronto el día que honremos, por todo lo alto, su memoria y su extraordinario legado científico y podamos decir los venezolanos con orgullo: «CONVIT SOMOS TODOS»
* Periodista (cimarronvargas@yahoo.com ) 0414-3177525