Por César Alonso.
El daño que produce la corrupción a los países es brutal y por ello las sociedades avanzadas del mundo han establecido una gran cruzada por disminuirla sustancialmente.
Países como Noruega, Finlandia, Japón, Suiza, Dinamarca y Suecia son un ejemplo de políticas contra la corrupción dando diversos incentivos, aplicando mecanismos institucionales y participación social, en el entendido que para lograr el desarrollo pleno se deben disminuir los índices de corrupción.
Ningún país está inmune a la corrupción pero hay sociedades que por diferentes razones son más proclives al desarrollo de este cáncer que destruye y que corroe toda la estructura del estado y que al final destroza a una nación.
Los dineros públicos que deben ser empleados en hospitales, escuelas, carreteras, universidades; y en la optimización de los servicios públicos (agua, electricidad y gas) y que son utilizados por grupos de poder que actúan como bandas criminales y que con su acción traen consigo desigualdad social y una desconfianza gigantesca entre el ciudadano y el gobierno; constituye un enorme problema.
La voluntad política es el punto de inicio de cualquier acción efectiva en contra de la corrupción y requiere de un esfuerzo que permita disminuir las condiciones objetivas para que la corrupción se materialice y avance.
Las experiencias en países exitosos en políticas anti corrupción tienen como punta de lanza el uso de la tecnología, la informática y el fortalecimiento de la ética no solo del funcionario público sino de la ciudadanía. Estos elementos están intrínsecos en la propuesta del Gobierno Electrónico y la Sociedad del Conocimiento.