Por: Oswaldo Marta
Existe en los promotores de la abstención una presunta moralidad que les da –según su propias creencias y construcción discursiva– la autoridad política para decretar la inexistencia del otro y trazar el camino que debemos seguir. Aquél (el gobierno), les muestra a diario estar ceñido a un plan –que no siempre se cumple según su estrategia, pero que «milagrosamente» cuenta con los errores de los primeros para impulsarse, renovarse y sentirse victorioso–, con el cual se promociona propagandísticamente y donde exhibe sus victorias y supuestos logros a través de las cadenas televisivas. Por cierto, estas cadenas son todo un espectáculo, que aprovecha eficazmente para anunciar nuevos descubrimientos, actualizar información sobre contagios comunitarios e «importados» –nueva categoría discriminatoria que utiliza para atacar a los países vecinos y estigmatizar aún más a nuestros compatriotas que regresan–, planes del «enemigo» desmantelados y autos de detención ex professo.
Sin embargo, cuando éstos (los promotores de la abstención) han tenido la oportunidad de demostrar de qué están hechos, con acciones concretas y ajustadas a esa presunta moral subyacente, lo que han exhibido es todo lo contrario.
Más bien han mostrado alta voracidad, algo de idiotez, mucha mendacidad, bastante impericia y un toque de locura.
No obstante, el gobierno sabe que las acciones emprendidas no contribuyen a salir del atolladero donde se encuentra, pero le da tiempo valioso para reagrupar sus fuerzas y desmoralizar –cosa que le encanta–, una vez más, a su adversario.
Recuerdo un refrán popular que puede ilustrar esta realidad: «El que tiene más saliva traga más harina». En este caso, quien tiene más saliva es el gobierno, que cuenta obviamente con el aparato del Estado –a excepción de la AN que, vistas las últimas declaraciones de representantes del llamado G4, quieren entregar sin luchar–. En cambio, los abstencionistas solo cuentan con: esa AN prácticamente incapaz de hacer política gracias a sus torpezas, pomposos y rimbombantes enunciados, apoyos internacionales difíciles de materializar, cuentas bancarias operativamente inutilizables y muchas promesas imposibles de cumplir.
Aquellos ciudadanos –y más de un veterano politico– que siguen esperando que la ayuda emerja de las aguas o descienda del espacio sideral –tal vez bajo la figura de un rubio héroe mitológico cabalgando un rayo–… no lo han entendido, no lo están entendiendo y, por lo que he visto y escuchado… ¡no lo entenderán!
Tal vez sea inútil…
¿Será inútil?
Definitivamente ¡es inútil!
La historia los dejará atrás como despojos humanos, sin lumen, sin vigor ni voluntad.